she had only one more dance

sábado, 24 de diciembre de 2011

Last trip to London (three)

Hoy no me puedo quejar de nada. Todo el pasado, incluyendo los últimos siete meses que cuentan como pasado, ya pasaron, y la persona que soy es el resultado de mis vivencias anteriores, incluso de los errores drásticos. 
Hoy fue la primera vez desde que llegué que fui a la playa. Tenía que agudizar mis sentidos, que no habían practicado desde la última rehabilitación en Nueva York. A veces, cuando estoy con mi mente en paz, me pongo a pensar todos los lugares que recorrí en el último tiempo. Pero cuando pienso eso, mi mente suele entrar en un laberinto y no sabe qué pensar. Recorrí muchísimos lugares, sí, que a cualquier persona le gustaría, y estaría eternamente agradecida de la vida de haberlos visitado, pero de ellos, la mitad, o un poco menos, no los recuerdo, y cuando intento recordarlos una nube gris me hace doler la cabeza de una manera insoportable y me recuerda a aquel cuarto blanco. 
Me desvié, pero comencé a contar mi día de playa. Me encanta la playa, incentiva todos mis sentidos. El paisaje de la playa hace que mis ojos descansen como en el limbo. No hay nada más paradisíaco que una playa donde solo estoy yo, el viento y el mar que amaga a llegar, pero como algunas cosas en la vida, nunca llegan. El olor a mar, ese olor a aire puro, que cuando inspiras profundamente esa sensación de aire seco que pasó por el mar antes de llegar a los pulmones te invade. Y el gusto al agua salada que hace 18 años que no sentía. La arena, rasposa, que se pega en la piel y te hace cosquillas y te pone los nervios de punta. Esa combinación de los cinco sentidos es lo que representa la playa. 
La playa es mucho más que la playa para mí. Para mi la playa es como ir y hablar con mi papá. Hace 18 años que no habló con mi papá. Mi papá era mucho más que el hombre que me hizo nacer, mucho más que un simple papá que se ocupó de mis caprichos. Mi papá era un amigo, un confidente, mi papá era la persona que sabía exactamente lo que yo sentía, era imposible engañarlo, el me miraba y sabía lo que sentía, sabía en ese preciso instante lo que se me iba a ocurrir un segundo después. Perder eso fue lo peor, significó la deriva para mi vida, una deriva de la que solo podría salir, con mucho esfuerzo. 

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