
A un cadete acostumbrado a las corridas, la verguenza ya le pisa los talones. Lamentando el precio de sus confesiones va esquivando ejecutivos por florida. Mientras cruza sin mirar las avenidas, se martilla la cabeza sin piedad. Vuelve con los ojos llenos de perdon pero es demasiado tarde y ella le da un beso de esos que humillan a la soledad.
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